Datos personales

jueves, 29 de diciembre de 2011

El amor dura tres años, Frédéric Beigbeder



"Un día, el amor se marchó y me desperté de un sobresalto", Frédéric Begbeder.


Un poco más allá de la mitad del libro sentí un profundo asco, quise dejarlo tirado, quemarlo. Me exasperó una frase que me pareció demasiado guache e infantil. Sentí una profunda repugnancia por el libro y un profundo odio por el autor, Frédéric Beigbeder, más que todo por su infinita cobardía a ser feliz y su estúpida forma de querer, a toda costa, sostener que el amor dura solamente tres años, dando a entender que somos una manada de alelados los que nos atrevemos a llorar después de más de cuatro años, qué horror.

Yo sé que sí, somos más que tontos, pero qué le hacemos si hay quienes nacemos con la maldición de la melancolía y permanecemos cautivos en ese mundo de la nostalgia, pensando una y otra vez que todo pudo ser diferente. Qué hacemos entonces a los que nos figuró añorar los momentos que se fueron y que tal vez no vuelvan, ¿Cómo hacemos los que tenemos el maldito hábito de creer en el amor eterno? En principio, pensé, o Frédéric está equivocado o el mundo es una desgracia. Por suerte ambas cosas eran ciertas hasta que descubrí que ni el mismo Frédéric defiende  su tesis, pues, al final del libro, en contra de sus mismas creencias iniciales, luego de andar y andar, se percata de que el amor NO dura tres años, que puede ir más allá.

El libro narra la historia de un ser que arruina su vida, que concibe el amor como un ciclo que culmina al cabo de tres años y busca desesperadamente llenar los vacíos de su vida con alcohol y sexo. Es bastante parco para expresarse en asuntos de intimidades, y yo demasiado sensible para tolerar el tono de sus palabras. Sin embargo, pese al infinito rechazo que profesé en algunos apartes del libro, y al profundo desacuerdo que profesé en muchas cosas, mi obstinación por obligarme a terminar los libros que comienzo me llevó a culminar esta historia. Me sorprendió encontrarme con ese final, sinceramente no me lo esperaba, entre títulos y líneas me había resignado a la concepción de vida y de mundo que Frédéric expresaba: un asco.

En algunas ocasiones lo taché de idiota, en otras me sentí una imbécil, pero al final, en el cenit, descubrí que, después de todo, valió la pena. El estilo sencillo y claro en el que escribe Frédéric me mantuvo en la historia, tengo que admitir que a pesar de mis discrepancias con respecto a muchos de sus postulados, su sintaxis me cautivó. Y no solo su sintaxis, también la historia, pues, de cierta forma, sentí mucha curiosidad por el desenlace, quise saber a dónde iría a parar ese infeliz que se enamoró de una mujer casada, que terminó su matrimonio con Anne por Alice para terminar como un desdichado por las calles Parisinas, qué idiota… Aunque ni tanto.

Fue abrupto el desenlace, lo admito. Me acostumbré tanto a la desgracia de aquel personaje que cuando me percaté de su dicha sentí que había comenzado otro libro sin darme cuenta. Pero esa es la vida misma, uno percibe que el sufrimiento o la felicidad pasaron cuando llega al otro extremo, antes no. Al principio uno estaría inclinado a pensar que el muy tonto arruinó su vida, pero basta ver cómo termina. Al final, la idea que Frédéric quiere señalar es la de que la felicidad es un estado de goce tal que es preciso pagar un alto precio con sufrimiento, lágrimas y sacrificios. Por ese mensaje creo que no terminé incinerando el libro, entre otras cosas porque no es mío. Al final, muy, muy al final, la cuestión es simple: ¡Léanlo!


MJPB

No hay comentarios:

Publicar un comentario