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lunes, 2 de enero de 2012

Un paseo para recordar, Nicholas Sparks



Aprender siempre nos cuesta mucho más que seguir al pie de la letra los consejos de nuestros padres, los dogmas de las escuelas y la testarudez de la sociedad. Siempre es bueno escarmentar en carne propia y es terrible cargar con esas consecuencias, así es. ¿Si a usted le dicen “no se enamore de mí”, qué hace? Seguramente lo hará, se enamorará de esa persona que le dijo eso. Esto le pasa al pobre Landon, quien protagoniza una historia de amor (o más bien de horror porque con ese final cualquiera se horroriza) con Jamie Sullivan, la que le pidió a Landon no enamorarse de ella. ¿Pero cuál es el problema con que se enamorara? A primera vista, ninguno; a segunda vista, todo. Resulta que Jamie es encantadora, amable, sencilla, noble, en fin, ese montón de cosas buenas que tienen algunas personas. Sin embargo, todas sus cualidades están a punto de desvanecerse bajo una terrible enfermedad: el lupus. ¿Y adivinen qué? Muere. Obviamente esto no lo sabe Landon antes de enamorarse de ella, le toca enterarse después que el daño es irreversible, irreparable, inevitable, después que se ha enamorado. Y es que leer las historias de Nicholas Sparks es suponer que algo trágico pasará, algo que nos dejará desahuciados y con ganas de cortarnos las venas, entre otras cosas porque escribe con una pasión que logra transmitir correctamente los sentimientos de cada uno de sus personajes, nos logra involucrar. ¿No me creen? Lean “el mensaje en la botella”, o tal vez “el cuaderno de Noah”, sólo esos, para no atormentarlos más. Pero eso es sabido por el lector, por lo menos él se toma el trabajo de hacer la advertencia: “Primero ustedes sonreirán, y luego llorarán, y no digan que no fueron advertidos”, esto nos lo dice en el prólogo de “un paseo para recordar”. Pero ignoramos la advertencia, como ocurre con el resto de las advertencias del mundo, las olvidamos.

Landon, ese chico distante, convencido de que su vida depende de lo que su reducido círculo de “amigos” piensen sobre él; el chico que conoce desde siempre al amor de su vida pero se da cuenta que es el amor de su vida cuando prácticamente no le queda vida a ese gran amor. Conoce a Jamie desde que es un niño, pero, como suele ocurrir, jamás trata con ella, solo sabe que existe, solo sabe que la ha visto, solo sabe que alguna vez en su vida ha cruzado un saludo o cualquier palabra improductiva con ella, no sabe más. Y lo sabe porque ha estudiado con ella desde siempre y porque el padre de Jamie es un Ministro, el Ministro de una iglesia a la que él había asistido algunas veces. ¿Pero cómo es que este chico logra involucrarse con esa chica? Resulta que se encuentra en el último año escolar de su bachillerato y debe escoger entre Química II y actuar en el drama que la escuela anualmente presenta, para Navidad. La mejor parte de todo es que el drama es escrito por Hegbert Sullivan, el padre de Jamie. El susodicho drama trata de la historia personal del Ministro, quien pierde a su esposa después del parto de su única hija, Jamie.

¿Qué mejor que evadir química II e ir a una clase aburrida donde podría dormir? Ese fue el razonamiento del que partió Landon cuando optó por una actividad y no la otra. Lo que jamás pensó, y si lo hubiese pensado jamás se hubiese inscrito, es que le tocaría ser el protagonista de ese drama y, ¡Oh sorpresa!, lo acompañaría Jamie, ella sería la otra protagonista. ¿Ahora tienen más idea de cómo se enamoraron? Pues claro, nada más demencial que pasar horas y horas al lado de una persona brillante, buscando la forma de aprenderse unas líneas y unas mímicas, buscando la forma de complacerla a ella y buscando la forma de complacer a los amigos, cosas opuestas. Pero bastó algo que bastaría para que cualquiera se enamore: sentirse culpable por haber herido a la otra persona y cargar con ese pesado e insoportable sentimiento de culpa (No hagan el intento porque los resultados serán desastrosos, se los aseguro).

En ese eterno ir y venir, en ese descubrimiento de un nuevo mundo, en ese eterno afán por las personas sentirse protegidas y sentir que hay alguien a quien le importa, en ese eterno afán terminó Landon enamorado de Jamie, y viceversa. Ella era una creyente acérrima, y él, bueno, él era Landon. Ella esperaba un milagro, esa era su mayor ambición y, según ella, su milagro fue Landon, su milagro fue ese intenso amor que logró sentir un tiempo antes de morir, su milagro fue que Landon hiciera realidad su sueño de toda la vida: casarse donde se casaron sus padres. Esta experiencia ayudó a Landon a ubicarse en el mundo, encontró un “norte” y, como lo llamaría cualquiera, “maduró”. Supo que podía lograr lo que se propusiera, supo que podía dejar de ser un mediocre, supo que era capaz de vivir sin dividirse a sí mismo: era capaz de ser el mismo consigo mismo, frente a la chica rara de la escuela y frente a sus antipáticos amigos. Cuando murió Jamie fue a la escuela de medicina y ahí quedó, supongo que se gradúa y, como todos los finales felices, después de uno inmensamente infeliz, es un gran médico.

Esta hermosa historia es demasiado bella para ser feliz y demasiado tierna para ser real. Vale la pena leerla, vale la pena creerla, vale la pena soñarla, no vale la pena creer que le pasará, sólo vale la pena sentirla. Por soñar con que este tipo de historias sean reales es que pensamos que ese eterno mito llamado amor tocará a nuestra puerta y se desarrollará de la misma forma en que se desarrolló esta historia. Una cosa es soñar y otra delirar. Con la primera se puede vivir, con la segunda también; la diferencia es que la primera requiere una dosis de locura menor que la segunda, es más llevadera…


MJPB