En un mismo instante, en diferentes partes del mundo, cada
quien desde su propia realidad, cada persona está viviendo su propio presente,
escribiendo su historia y enfrentándose a su destino. ¿Cuántos niños en una
clínica están naciendo en este preciso instante? ¿Cuántas personas, en esa
misma clínica, están muriendo en ese mismo instante? ¿Cuántas personas están
tomándose un café en ese mismo momento? ¿Cuántas personas están ad portas de
derrumbarse por el comienzo de la ruptura de una relación? ¿Y cuántas más están
empezando a sentir la sensación de vacío que genera la expectativa de un nuevo
comienzo? Es algo sin sentido, una extravagancia más de la vida misma el hecho
de que mientras unos sonríen y encuentran su plenitud, otros, compartiendo el
mismo cielo, el mismo mundo y el mismo tiempo, sean desdichados y miserables.
De eso, ¡de eso está lleno el mundo! En eso consiste
la vida, en instantes y contrastes, en subjetividades, en esos pequeños
detalles que componen el caos que se produce cuando cada instante de esos
coexiste. ¿Somos conscientes de que cada cosa que hacemos está determinando la
otra y, por ende, marcando nuestro destino? ¿Lo somos? Milan Kundera, en “la
insoportable levedad del ser”, plantea esa serie de circunstancias que van
tejiendo nuestra vida, muchas de ellas sin haberlas estado buscando,
simplemente las encontramos. ¿Y qué hubiera pasado si en vez de dirigirme a ese
lugar me hubiera dirigido a otro? Se preguntaba el personaje central de la
obra, Tomás, cuando retrocedía el tiempo tratando de borrar ese insignificante
hecho que significó todo para el resto de su vida: conoció a Teresa, la mujer
con la que compartió de manera recíproca una vida desdichada e infeliz.
A esa obra me remitía en cada momento de la película
cuando, de principio a fin, se va develando poco a poco esa serie de
circunstancias que van desencadenando en otras que, a su vez, terminan por
convertirse en el destino mismo. ¿Somos víctimas de las circunstancias o las
circunstancias son víctimas de nuestras acciones? Siempre me he preguntado. Por
supuesto no sé la respuesta, y lo más seguro es que jamás la sepa.
Le fabuleux destin d'Amélie Poulain (el maravilloso destino de Amélie Poulain), conocida simplemente como Amélie, es esa película que, a través de una historia, te hace detenerte a reflexionar sobre esas pequeñas cosas de las que no nos percatamos, y vamos entonces por la vida creyendo que el mundo es del color que lo vemos, sin advertir que cada persona es un mundo, y que cada mundo tiene su propio color. Amélie, una niña diferente, a la que sus padres no enviaron a la escuela por creer que tenía una enfermedad, a la que su madre (maestra) se dedicó a dar clases en la casa y su padre (médico) se dedicó a examinar mensualmente, sin amigos reales pero muchos imaginarios, sin ser consciente de lo que buscaba, se encontró con un montón de momentos sin sentido que tejieron su destino.
Lo asombroso del film, en términos generales, es esa capacidad de llegar al detalle más particular, partiendo de un contexto lleno de prejuicios, encontrando entonces el hilo conductor en cada pequeño detalle, hilvanando uno con otro. Así, la infancia solitaria de una niña taciturna y ensimismada forja a una mujer que, en los albores de su adultez, trata de comportarse como una más, sin lograr encontrar ese equilibrio interno. Lo estupendo, contrario a lo que muchos harían, es que le quita importancia a su incompatibilidad con el mundo y se deja llevar por cada circunstancia, las que finalmente la llevan a encontrarse con su destino.
Su inocencia, por lo demás, es la misma de una niña en busca de su ideal, la misma que determina esa imaginación locuaz que llena de misterio y suspenso el encuentro con el hombre del que se enamora sin conocer, a través de sus obsesiones; la misma inocencia que la lleva a diseñar un original plan de venganza, una hazaña para lograr que su padre se arriesgue a lo desconocido y, también, una estrecha amistad con un viejo vecino que le desnuda las obsesiones y miedos más profundos a través de un personaje de una pintura que él mismo esboza con su pincel.
La película, toda una obra maestra, es además esa puesta en escena de las ínfimas e insignificantes manías que hacen parte de nosotros mismos, esas que no tienen explicación alguna ni origen cierto, pero que terminan por ser obsesiones y rarezas. Es, en últimas, una reivindicación al derecho fundamental a ser incoherentes, despistados, extraños; el derecho a no encajar en el universo y la posibilidad de liberarnos de esa camisa de fuerza que impone el mundo sobre el cómo debería ser, "el derecho del hombre a su propia locura", como diría Salvador Dalí. Es la materialización de la libertad de la imaginación.
Le fabuleux destin d'Amélie Poulain (el maravilloso destino de Amélie Poulain), conocida simplemente como Amélie, es esa película que, a través de una historia, te hace detenerte a reflexionar sobre esas pequeñas cosas de las que no nos percatamos, y vamos entonces por la vida creyendo que el mundo es del color que lo vemos, sin advertir que cada persona es un mundo, y que cada mundo tiene su propio color. Amélie, una niña diferente, a la que sus padres no enviaron a la escuela por creer que tenía una enfermedad, a la que su madre (maestra) se dedicó a dar clases en la casa y su padre (médico) se dedicó a examinar mensualmente, sin amigos reales pero muchos imaginarios, sin ser consciente de lo que buscaba, se encontró con un montón de momentos sin sentido que tejieron su destino.
Lo asombroso del film, en términos generales, es esa capacidad de llegar al detalle más particular, partiendo de un contexto lleno de prejuicios, encontrando entonces el hilo conductor en cada pequeño detalle, hilvanando uno con otro. Así, la infancia solitaria de una niña taciturna y ensimismada forja a una mujer que, en los albores de su adultez, trata de comportarse como una más, sin lograr encontrar ese equilibrio interno. Lo estupendo, contrario a lo que muchos harían, es que le quita importancia a su incompatibilidad con el mundo y se deja llevar por cada circunstancia, las que finalmente la llevan a encontrarse con su destino.
Su inocencia, por lo demás, es la misma de una niña en busca de su ideal, la misma que determina esa imaginación locuaz que llena de misterio y suspenso el encuentro con el hombre del que se enamora sin conocer, a través de sus obsesiones; la misma inocencia que la lleva a diseñar un original plan de venganza, una hazaña para lograr que su padre se arriesgue a lo desconocido y, también, una estrecha amistad con un viejo vecino que le desnuda las obsesiones y miedos más profundos a través de un personaje de una pintura que él mismo esboza con su pincel.
La película, toda una obra maestra, es además esa puesta en escena de las ínfimas e insignificantes manías que hacen parte de nosotros mismos, esas que no tienen explicación alguna ni origen cierto, pero que terminan por ser obsesiones y rarezas. Es, en últimas, una reivindicación al derecho fundamental a ser incoherentes, despistados, extraños; el derecho a no encajar en el universo y la posibilidad de liberarnos de esa camisa de fuerza que impone el mundo sobre el cómo debería ser, "el derecho del hombre a su propia locura", como diría Salvador Dalí. Es la materialización de la libertad de la imaginación.
MJPB
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