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jueves, 15 de noviembre de 2012

Ensayo sobre la ceguera



Tengo que admitirlo, lo odié de entrada, me pareció aburridor, lento, desabrido. Y es que al principio puede parecer tal cosa, arranca con un ciego, y luego dos ciegos, tres ciegos, cuatro ciegos… cien ciegos. Uno no entiende bien el punto, empieza uno a creer que el libro se trata de una cartilla de agilidad mental donde identificas a todos los personajes sin un nombre en concreto, simplemente por referencias: “el niño estrábico”, “la mujer de las gafas”, “la mujer del médico”, “el perro de las lágrimas”, “el hombre de la venda negra” y así, sin un nombre. Por esos días en que lo empecé a leer solía recomendarlo como el mejor somnífero del mundo, me jactaba de haber encontrado el remedio para los insomnes: léase “ensayo sobre la ceguera”. De hecho, me llegué a emocionar creyendo que me iba a curar del mal de los noctámbulos que llevo a cuestas, ese que se manifiesta todas las noches y se agrava justo cundo uno más necesita dormirse temprano.

Según yo, este libro había llegado a curarme de la maldición de los errantes nocturnos y, de cuenta de Saramago, terminaba sumergiéndome en el sueño más profundo. La dicha no duró mucho, tengo que decir que pasaron apenas unos 10 o 12 días en los que leí unas 10 o 12 páginas (una por noche porque caía profunda con la primera página) y, de repente, de la nada, un día perdió su condición de somnífero, no sé a qué hora pasó terrible cosa, pero pasó. De la nada, sin advertirlo, ahí estaba de nuevo, con la maldición de los errantes a cuestas de nuevo, y esta vez más grave. Una, dos de la madrugada y yo seguía ahí, leyendo y repasando las incoherencias de los ciegos, imaginándome la inmundicia por la que se arrastraban y retratando de la manera más asquerosa a cada personaje.

Saramago teje una historia en la que se burla de todos, de la manera más simple y sencilla: llevando al ser humano al límite de sí mismo, poniendo en evidencia su profunda fragilidad, su pánico, su estado más puro y vulnerable, el que ignoramos en el día a día por creernos infranqueables. La imagen es la de una humanidad perdida, sin rumbo, aferrada a una ilusión remota o quizás a nada, andando por la vida mostrando las facetas más primitivas y los comportamientos más abyectos del reino animal, reduciendo la condición humana al pan y el techo. Y sí, en medio del caos, de repente me descubría a carcajadas cómplices con Saramago, repasando las tonterías que uno termina haciendo sin siquiera notarlo, porque en el fondo somos eso, una función con un libreto que, apenas desaparece, termina con la improvisación.

Saramago, ese portugués desafiante, Nobel de Literatura en 1998, crítico acérrimo del mundo y sus estupideces, de la condición humana, retrata un escenario caótico en este libro, empujándonos a un estado de cuestionamiento constante donde solo podemos contemplar tímidamente lo fácil que se puede llegar a perder el control, lo fácil que puede apoderarse el caos de un estado de orden tensamente constituido. De un momento a otro quedé atrapada en el mundo de un montón de ciegos que se batían en un planeta sin rumbo ni horizontes, aferrándose a la nostalgia y a unas esperanzas remotas, de repente me tocaba cerrar el libro a la fuerza y obligarme a dormir porque, evidentemente, era el peor somnífero del universo. En términos generales, el libro podría mirarse desde distintos puntos de vista: es una obra maestra y es, quizás, una de las críticas más cómicas a la anarquía, a lo fácil que es desestabilizar una humanidad que, a todas estas, se cree inmune a cualquier amenaza, reduciendo todo el problema a algo tan sencillo como perder un solo sentido: la visión. Así, dicho lo anterior, recojo mis palabras despectivas en torno al libro y advierto a todos aquellos sonámbulos que alguna vez aconsejé: no es un somnífero, puede agravar incluso esta condición, es peligroso.

MJPB