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sábado, 14 de abril de 2012

¡Llegó Titanic en 3D! Déjennos ir en paz...



La ignorancia es atrevida, lo sé, siempre me ha pasado cuenta de cobro. Lo digo para recordar cómo fue mi primer encuentro con el Titanic. La primera vez que vi Titanic, que supe de esa cosa, fue como a los nueve años, gracias a la película escrita, coproducida y dirigida por James Cameron; el mismo que años después rompió taquilla con “Avatar”. Llegué a la casa y mi hermano la estaba viendo, recuerdo exactamente la escena en la que comencé a ver: Rose y Jack corriendo, tratando de huir de una avalancha de agua. Me impactó.

Le pregunté a mi hermano qué era eso y me contestó: “Titanic”. Lo admito, quedé en las mismas. Me contestó tan obviamente que ni siquiera me miró, ni se molestó en explicarme qué era. Yo, para no quedar tan mal parada, tratando de hacerme la entendida, solo atiné a decir: ah, ¿así se llama la muchacha? Esa fue la parte en la que me miró mal, alzó la ceja y yo parecía una cucaracha… “Es el barco tonta”, me contestó con ese amor de hermano después de un rato, cuando ya los escarabajos más abyectos del ecosistema tenían más estatus que yo. Mi mamá, que había entrado conmigo, me explicó más o menos. Ya por lo menos sabía que era el nombre de un barco que había naufragado.

No pregunté más nada y seguí viendo. Me acomodé como pude, por ahí, y terminé de verla. Fue conmovedora, estremecedora, apasionante, impulsiva. Desde entonces, me la vi por lo menos unas veinte veces más. Y no solo yo. Mi mamá y mi papá no pueden ver que la estén pasando porque nos llaman especialmente a decir: “están dando Titanic por tal canal”. Y obvio, inmediatamente vamos en su búsqueda. Añoré siempre verla en cine, pero ni modo, me resigné de una, no me había tocado la taquilla, y la probabilidad de que volviera era absurda.

De cuenta de esa micro manía, asumí que todo el mundo se había visto Titanic, la de James Cameron, aunque hace poco conocí a alguien que no se la ha visto, algo que me pareció desproporcionado, aunque es posible que la desproporcionada sea yo. Los bichos raros como yo, que la hemos visto como medio centenar de veces y nos sabemos incluso los diálogos (mi hermano y yo la veíamos después y competíamos por el que más diálogos se supiera), quedamos a la expectativa, cuando anunciaron el año pasado que la iban a dar en 3D, ¡en cine! Desde entonces, emprendí el papel de la típica fastidiosa que tenia a todo el mundo aburrido de tanto insistirles que fuéramos a cine a verla.

Tengo que admitirlo, es de las mejores películas que me he visto en la vida, aunque tampoco es que sepa mucho de películas. Mi relación con el cine es reciente, y apenas si relaciono unos cuantos nombres de directores. De hecho, hasta hace muy poco soy capaz de relacionar los nombres que toda la vida he escuchado con los rostros que también toda la vida he visto. Además, soy muy distraída, veo las películas y al final solo me queda la trama, y termino relegando a los actores al rincón del olvido. No, no es que los pase por alto así no más, me quedo con los genios, a lo que me refiero es a que ni me esfuerzo (y me da lo mismo) por averiguar quiénes son, o por retener sus nombres.

Pero bueno, estábamos hablando de Titanic, de esa magna película que, rememorando los 100 años de un aparatoso naufragio, que cobró la vida de 1517 personas, hoy se posa ante la pantalla gigante, y en 3D. ¿Se imaginarían alguna vez los que abordaron el barco estar en la pantalla gigante? Obvio no, si ni siquiera se imaginaron que iban a pasar a la historia de esa manera, ¿a qué hora se les iba a ocurrir algo que ni siquiera conocían? Ni siquiera James Cameron se imaginó en 1997 este asunto en 3D, creo. Como sea, es una gran película.

Y no es una excelente película por la sola trama que le imprime, por la pasión, el amor, el desamor, la frustración, el desespero y la extravagancia, ¡No! Es una excelente película porque recoge, con una impecabilidad impresionante, los comportamientos más bajos del ser humano, los más espontáneos, los menos pudorosos. Recoge los espíritus aventureros, los aparentadores, los interesados, los soberbios, en fin, está tan bien plasmada que, a lo largo del film, logra despertar muchos sentimientos entre el público. ¿Y es que quién no sintió angustia, tristeza, rabia, compasión y dolor ante las diversas escenas de la película? Tal vez a alguien que no le haya gustado, y es respetable. Aquí entran los que dicen que “van a perder la plata” los que van a pagarle el cine en 3D.

En todo caso, no se angustien por nosotros, los anormales que vamos a ver Titanic en 3D. Solo queremos ir a darle moral a Rose una vez más para cuando Jack se muera, solo queremos gritarle a la mamá de Rose ¡entrometida!, solo queremos ir a odiar a Hockley una vez más, solo queremos ir a consolar al señor Andrews por la frustración de tener que hundirse con su barco en el primer viaje. También, queremos ir a gritarles ¡cuidado con el Iceberg! Pero de más que tampoco nos van a escuchar esta vez, nunca lo hacen. En fin, déjennos ir a llenarle los bolsillos a James Cameron, al que no le debe caber un peso más, ¿Pero qué importa? Ese es el premio por ser un genio. Déjennos ir tranquilos al cine, déjennos llorar en paz, déjennos reír con soltura y, lo más importante, déjennos “botar la plata” con naturalidad. Mejor dicho, déjennos disfrutar de nuestro rato de ocio.

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