Datos personales

sábado, 12 de noviembre de 2011

El lector


Una historia despampanante, imponente, desgarradora, conmovedora, ¡cómica! Eso es justamente lo que nos ofrece Bernhard Schlink en su obra maestra, “el lector”. El título de por sí es provocador, insinuante, inimaginable… ¿El lector? Y si socavamos el sentido literal del nombre original, en alemán, Der Vorleser, que traduce “el que lee en voz alta”, llama aún más la atención. La pregunta aquí es… ¿Qué lee? ¿Quién lee? ¿Para qué? Y la cuestión se profundiza una vez comenzamos a divagar por las líneas del libro sin poder detenernos, ¡Eso sí es un libro!


¿Es posible amar a alguien eternamente? Para nuestra desgracia, Michael Berg, el protagonista de la obra, nos enseña que sí, y no solo eso, nos enseña a odiar, a leer a las personas, a descifrar ciertos misterios con la conjetura y la cordura de cualquier loco. A su corta edad, con solo 15 años, Michael conoce a Hanna, una mujer mucho mayor que él, no recuerdo cuántos años pero son muchos. Lo interesante es que se relaciona con ella, se involucra con ella al punto de enamorarse perdidamente, ella que es una misteriosa, impulsiva y apasionada mujer.


Hanna es un ser ensimismado, grotesco, extraño. No muestra sus emociones ni su interior, solo es capaz de brindar sexo y guardar un  profundo secreto, tan profundo y secreto que solo puede ser descubierto por alguien que la conozca demasiado, que la ame con locura, que la desee con desenfreno, en fin, por Michael. Él, quien sufrirá la ausencia de esa mujer apasionante, la de sus sueños, o más bien la de sus desvelos y pesadillas; un día cualquiera que ella decide marcharse sin dejar rastro.

Michael se acostumbra a su ausencia, pero jamás supera la imagen y la penetrabilidad de su presencia. Recordará, en las noches frías y en los días sombríos en que ella no está, los momentos que pasaba leyéndole obras que ella le pedía con impaciencia y seguía con tanto frenesí; los momentos de sexo incandescente y de baños rutinarios. Recordará también el amargo episodio de abandono y tratará de seguir su vida resignándose a no volverla a ver jamás, pese a que el destino le tiene preparada una mala jugada.


Un día, de esos días, Berg decide estudiar leyes y se encuentra inmerso en un mundo donde a veces pierde la noción de sí mismo y entra a ser parte de un grupo que estudia y sigue los sucesos del holocausto nazi. Para enriquecer su investigación el grupo se lanza al seguimiento de un caso donde procesan a cuatro mujeres y las juzgan por un episodio vergonzoso. Para sorpresa de Michael una de esas mujeres en Hanna, sí, la misma. Desde entonces él sigue el proceso con entusiasmo y se mantiene alejado y a la vez cercano a los acontecimientos. No entiende muchas cosas sobre esta mujer, incluso escuchando todo lo que se le imputa sigue sin comprender mayor cosa.


Un día, de esos días en que uno cavila y cavila y se mantiene dubitativo ante el mundo, retraído de su alrededor, Michael logra unir todas las piezas del rompecabezas y resuelve el acertijo que implica esta mujer… ¡Es analfabeta! Eso explica muchos episodios entre ellos dos, muchas circunstancias dudosas del proceso, más que nada, la insistencia de que él siempre le leyera un libro, entre otras cosas, descubrieron que en los campos de concentración siempre raptaba jóvenes, jovencitas, y las obligaba, en el último suspiro de sus vidas, a que le leyeran libros e historias. Pero… ¿Estaba dispuesta a asumir culpas que no eran de ella con tal de mantener su secreto a salvo? ¡Al parecer sí! Suena descabellado, pero simplemente es una cuestión de dignidad.


Finalmente gana la arrogancia, la dignidad, el miedo, como le quieran llamar. Su sentencia se reduce a una hilarante cadena perpetua, pero su secreto, irrisoriamente, sigue a salvo. Michael sigue con su vida aparentemente normal… Se casa, logra tener una hija, Julia, y luego se divorcia por no encontrar más nunca, en ninguna otra mujer, el complemento que encontró, en cuestión de dos segundos, en Hanna. Su vida es un hermoso desastre; no logra concentrarse en nada, no encuentra su sitio en el mundo, solo consigue hacer de su existencia algo más llevadero el día que decide comenzar a grabar unas cintas con la lectura de varios libros y enviárselas a quien yace en un centro carcelario y quien fuera su primer y único amor.


Pasan años antes que sepa algo de las cintas. Un día recibe una carta, maravillosamente, firmada por Hanna. ¡Aprendió a escribir! Fue lo único que atinó a exclamar ante la letra de un niño de pre escolar que apenas garabatea. Vuelve a saber de ella, a estar en contacto con ella pero no cruzan palabra alguna, solo intercambian cintas y unas cuantas líneas de agradecimientos. Otro día se encuentra con una carta que le avisa que Hanna saldrá pronto, que logró apelar su cadena perpetua y le fue concedido el indulto. Por petición de esa carta va a la cárcel y organiza todo para cuando regrese a la libertad, sin embargo, Hanna se quitará la vida justo la noche antes de salir y Michael se enterará que ella aprendió a escribir de forma autodidacta, escuchando las grabaciones y siguiendo la lectura en los libros que ella escuchaba. Después de todo él le enseñó a leer.

Sus posteriores días los vivió sin apartar la memoria de Hanna, quedó encargado de recuperar su imagen, de rescatarla de las tinieblas, pese a que el último encuentro había sido un desencuentro, por aquello de la vejez que ésta ostentaba, las pasiones perdidas, los rencores acumulados y los sueños reprimidos.

María Jimena Padilla Berrío

No hay comentarios:

Publicar un comentario